Llevo ya unos meses en esta casa,
la recorro a diario sin saber muy bien qué hacer. Desde joven me he desenvuelto
por mí mismo, nunca he tenido gran apoyo familiar, por cierto me llamo César, tengo
21 años, vivo en la costa, en una casa algo destartalada pero acogedora que era
de mi abuela y que al fallecer me dejó en herencia.
Mi infancia fue caótica, mis
padres son de estos “hippys” que no entienden que se necesita orden en la vida
y prioridades, ellos me criaron en cueros hasta los 3 años para estar más en
contacto con la naturaleza, eso me ha procurado un buen sistema inmune, es
cierto, nunca tuve hora para ir a la cama, eso me hizo ser un desastre en el
colegio porque siempre estaba cansado, después cuando cumplí dieciséis años, mi
abuela me costeó un colegio privado para recuperar los tres años de
repeticiones que por aquél entonces acumulaba en mi expediente. Terminé odiando
aquel internado, me costó mucho entender las “reglas básicas de convivencia”
como las llamaban… A las 10 de la noche, se apagaban las luces, a las 8 de la
mañana se encendía todo como una feria, echaba de menos cada noche a mis padres
y mi vida anterior… vivía con mis padres en una casa con campo, me contaron que
la compraron para criarme pues ellos querían vivir sin propiedades, se ganaban
la vida como podían, hacían pequeños espectáculos por las calles y mendigaban a
amigos y conocidos que pudieran darles comida “que les sobrara”, cada día al
caer el sol, distintos amigos de la familia venían para tocar instrumentos,
cantar, fumar juntos hierbas aromáticas o simplemente buscando un techo para
una noche. Con tanta actividad era imposible que me durmiera pronto, lo que me
hacía ir con mucho sueño a la escuela y no me permitía rendir en lo más mínimo,
ahora ya entenderéis mejor por qué repetí distintos cursos. Yo hasta que llegué
al internado no le di importancia a mi modo de vida, no me importaba no tener
ropa nueva ni juguetes con luces, eso siempre me dio igual, teníamos un perro y
distintos animales que estaban de paso, tuvimos gorriones, patos, conejos…
todos los consideré amigos, pero no me relacioné con muchos niños de mi edad. En
la escuela, a la que iba tras un paseo de 1 hora, sólo había tres clases con cuatro
o cinco niños cada una, divididas por edades, de 6 años a 10, de 11 a 13 y de
14 a 16, veníamos de distintos villorrios colindantes, todos mis compañeros eran
como yo, sus padres habían repoblado unos caseríos casi abandonados y muy
alejados donde podían vivir en estado casi salvaje.
Cuando mi abuela me inscribió y
decidió que ya era hora de cambiar de estilo de vida, mis padres no se
opusieron, era el momento que ellos necesitaban para recorrer mundo con sus
mochilas al hombro a visitar a sus compañeros nómadas de distintos lugares. Para
mí aquello fue traición, bajo la excusa de que al conocer los dos mundos podría
decantarme por uno, el que más me identificara.
El primer día que me llevaron
allí me encontré con una camisa que me apretaba, un jersey que me picaba y unos
pantalones demasiado nuevos que me hacían parecer un burgués, palabra que no
terminé de entender hasta algo después ya que, la había oído tantas veces en
boca de mis padres y sus amigos que era el peor insulto que me hubieran podido
decir en aquel tiempo.
Cuando terminé el primer curso
que pasé allí, no quise regresar a casa de mis padres, entendí en aquel momento
que ya ese mundo no me pertenecía, ellos no valoraban el esfuerzo ni las cosas
materiales, pero yo, en aquel año, aprendí a valorarlos y, no sólo eso,
disfruté teniendo cierto orden y horarios en mi vida. Comencé con mal pie,
metiéndome en peleas, rompiendo mis ropas e hice todo lo que estuvo en mi mano
por no sucumbir ante aquellos burgueses que querían que yo fuera uno más de
rebaño. Por aquel entonces, todos los fines de semana estaba castigado, no
podía volver a casa por haberme metido en líos, así que sólo podía recibir
visitas por las tardes tras mis horas de estudio los sábados y domingos. Mi abuela
vivía lejos, tenía la cara con surcos profundos que le daban un aspecto bondadoso,
ella siempre venía a verme en los días de visita, me traía ropa nueva,
chocolates, me regaló un teléfono móvil para poder hablar conmigo por las noches,
parecía que la hora y media que pasaba en el coche para venir a verme no le
pesara. Cuando llegó navidad, estaba en la puerta esperándome, con los brazos
abiertos para abrazarme, me llevó a su casa, me agasajó con todos los pasteles,
regalos y cariños que nadie podría imaginarse, pero si os habéis fijado, no os
he hablado de mis padres, ellos estaban muy ocupados como para venir, además no
tenían teléfonos a los que poder llamarles, así que sólo hablé con ellos dos
veces en aquellos tres meses, en total las dos llamadas juntas no sobrepasaron
los cinco minutos.
Cuando a mí abuela le pregunté
por qué no querían hablar conmigo me dijo que <<ellos te adoran, pero no tienen su
forma de entender el mundo, no van a cambiar, hay que quererlos como
son>>. Claro que los quería y aún a día de hoy los quiero, pero era la
primera vez que me alejaba de ellos y parecía que no les importara.
Así terminé los estudios, vi a mis padres una semana en
aquellos tres años, para mí mi abuela era ahora mi única familia y mis amigos
nuevos los que pretendía tener durante toda mi vida.
***
***
Hace unos meses, la abuela murió,
estaba ya muy deteriorada, yo viví con ella desde que acabé los estudios y la
cuidé lo mejor que supe. Tardé una semana en localizar a mis padres para
contarles la triste noticia.
-¿Papá?
-César, ¿cómo está mi pequeño
burgués? - Me hablaba como si ayer mismo nos hubiéramos visto y con cierta
desaprobación en su tono.
-Bien, te estoy intentado
localizar desde hace días. Es por la Abuela - Dije con un hilo de voz.
-¿Qué ha pasado? - Su voz parecía
preocupada.
-Se puso muy enferma, dejo de
comer prácticamente, tenía grandes dolores y estuvo sedada los dos últimos
días, quise localizaros para que vinierais pero me ha sido imposible. La enterramos
el jueves. -Hubo un largo silencio y proseguí.- Me dejó la casa, me quedaré a
vivir aquí, estoy buscando trabajo ¿vais a venir?
-Imposible ahora César, quizá en
otro momento. ¿Tú estás bien?
-Sí, cuidaros.
Cuando colgué sentí que no tenía más apoyos incondicionales, surgió en
mis entrañas un rencor y un dolor indescriptibles, era el momento de valerme
por mi mismo y eso iba a hacer a partir de ahora.